La extraña vida de los objetos perdidos by Flanagan McPhee

La extraña vida de los objetos perdidos by Flanagan McPhee

autor:Flanagan McPhee [McPhee, Flanagan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2024-01-01T00:00:00+00:00


29

Elena

Mi música es tu voz

«Cantar. Vete a la otra punta de la redacción y ponte a cantar. Es que manda narices». Este pensamiento en bucle cruzaba la mente de Elena mientras caminaba hacia el fondo de la sala. Pero ¿qué cantaba? ¡Si a ella no le gustaba ni cantar en la ducha! Pero tenía que hacer caso a Arancha. Tenía que demostrarle que era una víctima de Gil y Mortes, y no una especie de agente secreto de Fetén Diario para infiltrarse en la Secretaría, aunque ella misma lo hubiera pensado tan solo hacía unas horas.

Así que… tocaba cantar. Cantar para atraer a todos los periodistas que se encontraban en aquellos momentos en las oficinas. Más de cien, seguro. Que esa era otra: el pánico escénico. Si no le gustaba cantar en la ducha, no quería imaginarse lo que podría ser cantar ante un centenar de personas. Y sin acompañamiento. A cappella. A pelo, vamos.

Pero no había tiempo de pensarlo. Cruzó la sala intentando quitarse esos pensamientos de la cabeza, agarró la primera silla que encontró vacía, la colocó en la esquina opuesta al despacho de Gil y Mortes —al fin y al cabo, lo que necesitaba era distraer la atención de aquel punto concreto y, de paso, podría mirar a través de las paredes de cristal transparente del despacho— y se subió en ella.

—Holabuenosdías… —dijo de seguido con un susurro de voz. Nadie en toda la redacción se fijó en ella—. Hola, buenos días. Si me podéis prestar un poquito de atención… —De nuevo, ninguna respuesta. Elena empezaba a exasperarse. De repente, recordó las palabras de Leonor. Buscó dentro de sí un lugar de cariño, un recuerdo bonito y cálido y, con este en la cabeza, comenzó a cantar lo primero que se le vino a la mente. Por supuesto, no se atrevió con nada de La Más Grande, pero, conforme empezaba a entonar, un acompañamiento de guitarra se le iba haciendo presente en la cabeza, al principio tenue y, después, cada vez más claro, con lo que se le hizo más fácil ponerse a cantar—: A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo, a tu lado yo puedo volar…

Era una sensación extraña. Por una parte, sabía que estaba cantando ella. Y, sin embargo y al mismo tiempo, en su cabeza estaba sonando ya toda una orquesta, con coros y público jaleando. Los periodistas de Fetén Diario se habían acercado, sin excepción, hasta donde ella estaba —en eso ni Arancha ni Leonor se habían equivocado un ápice— y la escuchaban embelesados. Y ella era consciente de todo lo que estaba pasando a su alrededor mientras se sentía completamente entregada a su público.

De repente, le cambió la cara —aunque no falló ni una nota de la canción; ahora «Mediterráneo», de Serrat— al ver a través de los cristales del despacho cómo Pablo Gil y Mortes se ponía a gritar a Arancha, que caminaba hacia atrás hasta chocarse con la mesa del director del periódico mientras Leonor sacaba



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